Ese día me di cuenta de que mi masculino interno, mi consciencia, mi mirada, mi sostén, mi Shiva, no estaba presente para mi femenino: mi energía, mi vitalidad, mi gozo de mi misma, mi Shakti. Y ese mismo día, le di la vuelta. Empecé a cambiar mi mirada hacia mi misma y recuperé esa cualidad innata pre-verbal de observar y presenciar a mi femenino con amor incondicional. Mi masculino empezó a hacerse presente para mi femenino. Y ¿sabes qué pasó? Fuera, todo cambió. Y lo más mágico es que no tuve que cambiar de pareja OTRA VEZ ni mi pareja tuvo que cambiar nada.
Lo único que cambió fue que lo que exigía fuera me lo dí desde dentro y empecé a relacionarme desde la plenitud y no desde la carencia. No te estoy hablando de un milagro, ni de una explosión catártica, ni de que, “de repente” sin esfuerzo alguno, mi compañero se convirtió en el perfecto Shiva personificado. Todo siguió igual pero poco a poco mi mirada fue cambiando. Porque la energía, la vida, es según quién y cómo la mira. En el momento en el que transformé mi mirada interna, la externa transmutó por sí misma.